DOBLANDO EL MANTO
Rev. Juan Casiano
Tarde o temprano, llega un punto en
nuestras vidas cuando tenemos que
desprendernos de algo o alguien para
alcanzar cosas mejores. Este trance
también llegó un día a la vida del
profeta Eliseo, y él tuvo que
desprenderse de algo a lo cual se
había apegado: su manto. En las
Sagradas Escrituras se mencionan
varios mantos, algunos buenos, pero
otros malos. Así pues, algunos de
ellos debemos quitarnos, y otros
tendremos que aceptar ponérnoslos.
En este mensaje hablaremos de seis
mantos: 1) el manto del pecado; 2)
el manto de la desobediencia; 3) el
manto de la auto-justificación; 4)
el manto del sometimiento; 5) el
manto de la amistad; y por último,
6) el manto del quebrantamiento.
El
manto del pecado es el primero que
Dios nos ordena que abandonemos.
Este manto le costó la vida a Acán,
porque éste se negó a desprenderse
del manto babilónico que había
robado durante la toma de Jericó,
aquella vestimenta simbolizaba los
pecados de rebeldía, codicia y
avaricia que él tenía en su corazón.
El
pueblo había recibido la prohibición
divina de tomar despojos de Jericó,
porque aquella cuidad era antema, es
decir, maldita (Josué 6:18-19). Sin
embargo, Acán no quiso obedecer al
mandato de Dios, y después de haber
robado el manto babilónico,
doscientos siclos de plata y un
lingote de oro, los trajo consigo al
campamento y los escondió bajo
tierra. Trágicamente, esta decisión
no solo le costo la vida a él, si no
que también segó la de treinta y
seis hombres inocentes y la de su
familia.
Dios es un Dios misericordioso, pero
también es fuego consumidor. En Su
infinita bondad, El nunca escatima
en darnos oportunidades para
arrepentirnos, y también se las dio
a Acán. En efecto, Dios podía
haberle revelado de inmediato a
Josué quién era el que había robado
los despojos de Jericó, pero el
Señor le dijo a éste último que
echara suertes por tribus, por
familias, y finalmente, por cabezas
de familia. Así que, cada vez que se
echaba la suerte y se iban
aproximando a su persona, Acán
estaba recibiendo una oportunidad de
parte de Dios para que confesara su
pecado. Sin embargo, hasta el último
momento Acán permaneció callado, no
porque tuviera miedo, sino porque se
negaba desprenderse del manto
babilónico, de la plata y del oro
que había hurtado (Josué 7:13-18).
Cuando fue descubierto, Acán quiso
entonces confesar su pecado
públicamente. Mas Dios había dejado
de contender con él, y ay era
demasiado tarde; su arrepentimiento
dudoso, nacido del miedo a la muerte
y al castigo, no sirvió de nada.
Amados lectores, ¿cuántas veces no
sucede lo mismo en nuestras vidas
cristianas? Encubrimos el pecado de
desobediencia que cometemos, y luego
nos preguntamos por que Dios ha
retirado SU bendición de nuestras
vidas, por que somos incapaces de
levantar cabeza y de progresar en el
camino del Señor. Simplemente, el
manto del pecado encubierto nos esta
carcomiendo poco a poco, y tarde o
temprano este alejará la presencia
de Dios de nuestro lado.
Las
Sagradas Escrituras advierten que el
Espíritu de Dios no contenderá para
siempre con el hombre (Génesis 6:3),
o sea, que llega un momento cuando
el Espíritu Santo deja de ejercer la
convicción de pecados en éste. Por
lo tanto, hermano o amigo que lee
estas líneas, antes que esto suceda
en su vida, ábrale el corazón a
Dios, despréndase del manto del
pecado y deje que Dios ponga sobre
usted el manto de justicia.
-
El manto de la desobediencia
Este es otro manto que debemos
desechar. En 1 Samuel 15:7 leemos
acerca de la orden divina que había
recibido el rey Saúl, que estribaba
en no perdonar la vida de nada ni de
nadie en el pueblo de Amalec. Dios
había decretado este castigo contra
los amalecitas, por cuanto éstos se
opusieron sin motivo al paso de
Israel por su territorio, y los
atacaron (Éxodo 17:8-14).
Saúl obedeció parcialmente a la
orden de Dios, porque fue a batallar
contra los amalecitas; mas perdonó
la vida de su rey y de sus ganados,
con el pretexto de querer ofrecerlos
en sacrificio a Dios. Una obediencia
a medias equivale a la
desobediencia, y Dios la condena
también porque El quiere de nosotros
integridad a la hora de cumplir con
lo que nos encomienda. Por lo tanto,
Dios anunció por medio de Samuel que
el reino le sería quitado a Saúl. Al
oír esto, Saúl se asió del manto de
Samuel, el profeta de Dios, y este
se rasgó. Y es que la desobediencia
a Dios y a Sus escogidos para
presidirnos no sólo corta la
comunión del hombre con Dios, sino
que también desgarra el manto del
ministerio.
-
El manto de la
auto-justificación
Las
Escrituras indican que, cuando Elías
oyó el silbo apacible de la
presencia de Dios, “se cubrió su
rostro con su manto, y salió, y se
puso a la puerta de la cueva” (1
Reyes 19:13). El profeta sabía que
se encontraba ante la presencia de
Dios, mas se cubrió la cara en un
acto de auto-justificación. Elías no
estaba en la cueva por orden de
Dios, sino porque se estaba
escondiendo de la ira de Jezabel,
aquella reina impía. Cuando el Señor
lo llamó a cuentas, el profeta le
dijo que estaba huyendo porque
sentía un celo de Dios muy grande, y
en Israel no había nadie que le
sirviera a Dios con integridad.
¿Acaso no sucede lo mismo entre el
pueblo de Dios? Cuando no vamos a
las actividades de la iglesia, y nos
llaman a capítulo, nos ponemos
inmediatamente sobre la cara el
manto de la auto-justificación,
diciendo que los demás son
cristianos fríos o carnales, y que
estamos escandalizados por lo que
vemos y oímos, y que no somos
edificados en las actividades. Otras
veces, contestamos que preferimos
servir a Dios a nuestra forma, y que
en la soledad de nuestro hogar
sentimos también la presencia del
Señor. Sin embargo, en el fondo
sabemos muy bien que nuestra actitud
es incorrecta, y que no estamos
haciendo la voluntad de Dios, por
eso ocultamos nuestro rostro bajo el
manto de la auto-justificación.
Salgamos de la cueva donde nos
estamos escondiendo, y arranquemos
ese manto de sobre nuestra cara, y
podremos alzar un rostro limpio de
mancha ante la presencia de Dios
(Job 11.15)
-
El manto del sometimiento
Dios permitió que David tuviera
varias oportunidades de matar a
Saúl, quien lo perseguía sin ninguna
razón. En una ocasión, David se
encontraba escondido en una cueva, y
Saúl entro en ella sin notar que el
primero estaba detrás de él. La
ocasión era ideal para apuñalar a su
enemigo por detrás, y sus propios
compañeros le decían que lo hiciera,
porque Dios le había entregado la
vida de Saúl.
Sin
embargo, el corazón de David se
turbo, y no se atrevió a extender su
mano contra el ungido de Jehová (1
Samuel 24:4-6). Solamente, se limitó
a cortar el borde del manto de Saúl.
A diferencia del manto desgarrado de
la desobediencia, el manto del
sometimiento está cortado en
silencio y sin violencia.
Cuando exhibió ante Saúl el manto de
la sumisión, David exclamó: “He aquí
han visto tus ojos cómo Jehová te ha
puesto hoy en mis manos en la cueva;
y me dijeron que te matase, pero te
perdoné […] Y mira, padre mío, mira
la orilla de tu manto en mi mano […]
Conoce, pues, y ve que no hay mal ni
traición en mi mano, ni he pecado
contre ti; sin embargo, tú andas a
caza de mi vida para quitármela” (1
Samuel 24:10-11). Ciertamente, el
manto de la sumisión rechaza la
traición, el pecado, y da lugar al
perdón.
Ante aquella evidencia Saúl lloró, y
tuvo que reconocer públicamente que
David era mejor que él, y que
merecía la bendicion por las
cualidades hermosas que poseía: “Más
justo eres tú que yo, que me has
pagado con bien, habiéndome
entregado Jehová en tu mano. Porque
¿quién hallará a su enemigo, y lo
dejará ir sano y salvo? Jehová te
pague con bien por lo que en este
día has hecho conmigo. Y ahora, como
yo entiendo que tú has de reinar, y
que el reino de Israel ha de ser en
tu mano firme y estable, júrame,
pues, ahora por Jehová que no
destruirás mi descendencia después
de mí, ni borrarás mi nombre de la
casa de mi padre “(1 Samuel
24:17-21)
Entre otras cosas, como su espada,
su arco y su talabarte, el príncipe
Jonatan le regaló su manto a David
como testimonio de su amistad. Y
cada vez que Saúl le decía a su hijo
que mientras David viviera, él no
podría reinar, Jonatan recordaba que
el manto que cubría las espaldas de
David era el de su amistad. El libro
de Proverbios 18:24 contiene un
verso muy hermoso, el cual indica
que “el hombre tiene amigos ha de
mostrarse amigo, y amigo hay más
unido que un hermano”. Jonatan había
entendido los propósitos de Dios
para con David, y aunque esto
significaba que nunca ascendería al
trono de Israel, le ofreció su apoyo
incondicional y lo defendió contra
las artimañas de Saúl. Jonatan se
despojo del manto real, y supo
ponerse el manto de la humildad y de
la sumisión a Dios. ¿Cuántos de
nosotros nos comportamos de esta
manera, y sacrificamos nuestras
aspiraciones personales si Dios
decide poner a uno de nuestros
amigos en nuestro lugar? ¿Acaso le
arrancaremos o ya le hemos arrancado
el manto de la amistad de sus
espaldas? Cristo, siendo el
Unigénito Hijo de Dios, supo
despojarse del manto de maestro, y
se arrodilló ante los pies de Sus
discípulos para lavárselos. Esta
tarea era humillante porque estaba
destinada a los esclavos de la casa,
y todos los discípulos se miraban
los unos a los otros para ver quien
lavaría los pies a los demás. Sin
embargo, Cristo se levantó en
silencio y realizó esta tarea,
trocando el manto de rabí por una
toalla para poder enjuagar los pies
de sus seguidores.
Nuestro amado Salvador quería que
ellos aprendieran una lección, y les
dijo al terminar:”Vosotros me
llamáis Maestro, y Señor, y decís
bien, porque lo soy. Pues si yo, el
Señor y el Maestro, he lavado
vuestros pies, vosotros también
debéis lavaros los pies los unos a
los otros. Porque ejemplo os he
dado, para que como yo he hecho,
vosotros también hagáis” (Juan
13:13-15). Así pues, la humildad se
demuestra con actos y en silencio,
sabiendo quitarnos el manto de
maestros y de líderes para servir a
los que dirigimos por la gracia de
Dios.
-
El manto del quebrantamiento
Este fue el manto que le tocó llevar
a Job, y este manto nos hace sentir
débiles, vulnerables,
incomprendididos y abandonados. Sin
embargo, Job conservó la confianza
de que pronto le sería quitado aquel
manto de dolor, y que el Redentor de
su alma lo levantaría del polvo (Job
19:25-26).
Estimado lector, no importa cuán
quebrantado y angustiado usted se
encuentre a causa de una prueba
física, emocional, familiar o
económica. A Su tiempo, Dios lo
levantara y lo cubrirá con el manto
del regocijo, de la santidad, de la
salvación. La vida cristianan
consiste en una sucesión de triunfos
y de quebrantamientos, pero de cada
situación extraemos una enseñanza, y
tanto las victorias como los
quebrantos han de ser llevados a los
pies del Señor.
El
apóstol Pablo dijo estas palabras
cuya profundidad sigue vigente al
día de hoy: “Dad gracias en todo,
porque esta es la voluntad de Dios
para con vosotros en Cristo Jesús”
(1 Tesalonicenses 5:18). Amados
hermanos, nuestras vidas están en
las manos de Dios, y por eso debemos
darle las gracias al Señor por todas
las cosas, porque así es como se
cumple Su voluntad perfecta para con
nosotros. Si sabemos aceptar
ponernos el manto del quebranto, y
si bebemos en sometimiento la copa
amarga que tenemos frente a
nosotros, nos sorprenderá hallar
que, en el fondo de esa copa,
también hay dulzura.
Conclusión
Estimado lector, ¿de cuales de estos
mantos debe usted despojarse?¿Del
pecado, de la desobediencia o de la
auto-justificación? Estos tres
mantos alejan la presencia de Dios
de nuestras vidas, y nos exponen a
la condenación eterna. El Señor le
está ofreciendo una oportunidad en
este día y a través de este mensaje;
no la rechace, porque este podría
ser el último llamado que Dios le
hace antes que Su Espíritu Santo
deje de contender con usted.
¿Está usted llevando sobre sus
hombros el manto del sometimiento,
de la amistad o del quebrantamiento?
Estos tres mantos agradan a Dios
sobremanera, y aquel que los reviste
gozará de la bendición y de la
aprobación divina. Que la bendición
del Dios Trino repose sobre cada uno
de ustedes. |