NO OLVIDEMOS LA
FUENTE DE NUESTRO PODER
Rev. José Soto
En los días en que Dios levantó al
profeta Zacarías, el pueblo de
Israel se hallaba divagando, y
había adoptado una posición de
ambigüedad y de ambivalencia en el
ámbito espiritual. Por consiguiente.
el mensaje de este profeta estribaba
en un llamado a renovar y a
profundizar la relación del pueblo
con Dios, y la exigencia de
responder de forma definitiva y
radical a Sus demandas.
La orden divina de reconstruir el
templo adquiere una dimensión
simbólica desde varias
perspectivas. Primero, la necesidad
de reconstruir la vida espiritual
derribada y abandonada. En
efecto, ¿Cómo iban a haber vida
espiritual, sacrificios y adoración
sin altar? ¿Cómo iba a haber un
sacerdocio sin lugar santo? ¿Cómo
iba a saciar el pueblo sus
necesidades espirituales, físicas,
emocionales y materiales sin tener
un lugar en concreto donde acercarse
a Dios? Segundo, la reconstrucción
del templo representa la sed y el
hambre del pueblo por Dios, y su
esfuerzo por alcanzar las vidas que
no conocen al Señor y traerlas a
este refugio espiritual.
El pueblo de Dios había olvidado el
origen de su poder, y también la
razón por la cual Dios lo había
libertado del cautiverio. Como
veremos a continuación, el título de
esta enseñanza nos invita, de una
parte, a conocer el origen de
nuestra fuerza y de nuestra
victoria; y de otra parte, a
identificar el carácter de nuestros
conflictos.
1.
DEL ORIGEN DEL PODER Y DE LA
VICTORIA
Dado el tiempo difícil que nos ha
tocado vivir, parece ser que el
pueblo del Señor ha olvidado en qué
se originan su poder y victoria.
Ciertamente, este fenómeno no es
nuevo, sino que se trata de un ardid
antiguo que el diablo se complace en
usar todavía (que el Señor lo
reprenda).
En Zacarías 4:1, dicen las
Escrituras: “Volvió el ángel que
hablaba conmigo, y me despertó,
como un hombre que es despertado de
su sueño”. Este versículo
me llama la atención, en la medida
en que el ángel tuvo que despertar
al profeta de un sueño profundo. Y
es menester que hoy, en el siglo XXI.
Dios venga asimismo a sacudirnos y a
despertarnos de nuestro peligroso
estado de letargo, para recordarnos
cuál es la fuente de nuestro poder.
En efecto, cuando la iglesia se
duerme a esta realidad, desconoce
tanto su origen como el objetivo de
su presencia en este mundo. Y por
ende, el pueblo de Dios se aparta de
la visión divina, y se hunde en la
confusión, en la indiferencia y en
la inercia. El adormecimiento de la
iglesia con respecto a la fuente de
su poder, le abre, pues, la puerta a
Satanás -cuyo sello diabólico está
camuflado- para que él sustituya la
primera fuente por otra engañosa.
Los primeros efectos de este olvido
en la congregación consisten en la
ausencia del Espíritu Santo, y de su
poder de convicción de pecados en
los perdidos. Por lo tanto, la
iglesia sustituye el poder de Dios
por artificios y espectáculos
atractivos para el mundo y la
juventud, con luces de colores,
fuegos artificiales, láseres, humo,
etc., que convierten el altar del
Señor en un escenario pagano. A esto
se le llama la “nueva ola” de
Dios...¡Qué blasfemia!
En el libro de Zacarías 4:2-3,
leemos que la visión de Zacarías
contenía varios elementos
interrelacionados: un candelabro de
oro, un depósito de aceite, siete
lámparas de oro encendidas que se
comunicaban con dicho depósito por
medio de unos tubos, y dos olivos
situados a los dos extremos del
depósito. Esta visión, sin embargo,
no estaba destinada únicamente a
Zacarías, sino que contenía un
mensaje de contenido trascendental
que transmitir también a otros: “No
con ejército, ni con fuerza, sino
con mi Espíritu, ha dicho Jehová de
los ejércitos” (v. 6).
Al sol de hoy, la fuente del poder
en la iglesia todavía sigue siendo
la presencia del Espíritu Santo en
medio de ella. Así pues, si falta
aceite para que alumbremos, adoremos
y testifiquemos, ¡todavía hay
abundancia de unción en el depósito
y en el olivo! Dios quiere darnos
Su Espíritu Santo, porque si éste
deja de moverse en la iglesia, el
servicio al Señor se torna en un
acto mecánico y sin sentido.
Ya no hay lágrimas en nuestros ojos,
llamados misioneros ni al pastorado,
conversiones genuinas, sanidades,
milagros, portentos, y
manifestaciones del poder de lo
alto. Tampoco hay crecimiento
espiritual en el pueblo de Dios, por
cuanto el espectáculo y el show
han venido a sustituir la
alimentación por medio de la
Palabra y el adoctrinamiento del
creyente.
No obstante, sin el poder de Dios
moviéndose en nuestras vidas...
¿Cómo pelearemos las batallas de
Jehová? ¿Acaso no nos estamos
mintiendo a nosotros mismos, como
sucediera con los cuatrocientos
profetas de Acab? ¡Hasta con cuernos
de hierro aquellos farsantes le
profetizaban al rey que vencería a
todos sus enemigos! Mas el mensaje
de Dios, por boca del profeta
Micaías, fue: “He visto a todo
Israel derramado por los montes como
ovejas sin pastor; y dijo Jehová:
estos no tienen señor; vuélvase en
paz cada uno a su casa” (2
Crónicas 18:16). En otras
palabras. Dios estaba denunciando la
irresponsabilidad de Acab a la hora
de dirigir al pueblo, como un pastor
que abandona a su rebaño.
Ultrajado por aquel mensaje, el rey
Acab ordenó que encerraran a Micaías
en un calabozo, y lo castigaran con
pan y agua, porque los mensajes que
conllevan alguna reprimenda divina
nunca obtienen popularidad. Mas
nosotros, por nuestra parte,
querernos que el Espíritu Santo siga
hablando a la congregación, que
convenza al pecador de juicio y de
castigo, que nos exhorte a regresar
a la senda antigua, a lo que se
considera obsoleto.
El Espíritu de Dios siempre levanta
en el pueblo el deseo de buscar el
rostro de Dios por medio de la
oración. Amado hermano, ¿sabía
usted que un sondeo mostró que, en
la actualidad, los pastores oran un
promedio de siete minutos diarios (y
en ciertos casos semanales)? Ahora
bien, si han cambiado el altar a
Jehová por otros altares, como la
televisión, los juegos de vídeo y
las revistas de deportes... ¿Cómo,
pues, conocerán la fuente de su
poder?
El rey israelita Acaz, al enterarse
de una posible invasión de su
tierra, decidió trabar alianza con
el rey de Asiria. Este,
definitivamente, desconocía cuál
era fuente de su poder. Y cuando
este rey entró al templo de los
asirios, se quedó impresionado por
la “belleza del altar a los dioses
paganos. y quiso exportar un diseño
similar a Jerusalén.
Así que en una primera etapa puso el
nuevo altar pagano y el altar de
Jehová lado a lado, y decidió que en
el altar de Jehová consultaría a
Dios, mientras que en el altar
pagano realizaría los sacrificios.
¡Qué atrevimiento de parte suya! No
es al Señor a amoldarse a nuestros
conceptos e ideas, sino nosotros los
que tenemos que sometemos a Sus
directrices. En una segunda etapa,
eliminó el altar del templo y la
fuente de la purificación. Pero,
hermanos, ¿adónde nos acercaremos
sino al altar de Jehová? Allí
encontramos fortaleza, poder, el
Espíritu nos habla y nos instruye
acerca de lo que tenemos que hacer.
Cuando Jesús le anunció a Sus
discípulos que partía de este mundo,
éstos se entristecieron mucho
porque, físicamente hablando, les
convenía más que el Señor estuviera
cerca de ellos. Sin embargo, la vida
en el espíritu va más allá de los
sentidos y de los sentimientos (los
cuales operan en el área física y
humana), por cuanto estos últimos
pueden resultar engañosos.
Sin lugar a duda, sería maravilloso
tener a nuestro amado Salvador
presente físicamente en cada uno de
los servicios que damos. No
obstante, el mismo Señor Jesucristo
dijo que era más conveniente todavía
tener al Consolador moviéndose con
libertad en medio de nosotros. En
efecto, el Espíritu de Dios opera
directamente en el ámbito de la fe,
y también en todo lo que bifurca de
la fe hacia otras dimensiones de
nuestras vidas cristianas. El
Espíritu Santo es una fuente de
poder para los hijos de Dios, porque
en El se funden fuego, luz, aceite,
unción y testimonio. En Apocalipsis
se nos describe al Señor en medio
del trono, en forma de un cordero
inmolado que tiene siete cuernos
(símbolo del poder, de la fuerza y
de la omnipotencia divina) y siete
ojos (símbolo de Su omnisciencia).
El pueblo de Dios no puede pelear
las guerras espirituales sin ser
investido con esa fuerza
sobrenatural, porque Satanás lo
haría pedazos. En efecto, nuestra
lucha no es “contra carne y
sangre, sino contra principados,
contra potestades, contra los
gobernadores de las tinieblas de
este siglo, contra huestes
espirituales de maldad en las
regiones celestes” (Efesios
6:12). Con el diablo no
se juega; sino que hemos de
captarlo, descubrirlo, inquietarlo,
exhibirlo y vencerlo en el nombre de
Jesús.
2.
IDENTIFICANDO EL ORIGEN DE
NUESTROS CONFLICTOS
En Zacarías capítulo 3 hallamos al
sumo sacerdote Josué, quien estaba
experimentado una situación de
deterioro, un sentimiento de
derrota, una debilidad que no lo
dejaba empuñar el arado e iniciar
su tarea espiritual.
Pero a Dios gracias por aquellas
personas que doblan sus rodillas,
que buscan Su rostro para que Dios
les revele cuáles cosas no están
funcionando adecuadamente. El
profeta Zacarías recibió una visión
en la cual vio a Josué vestido con
vestiduras viles, y a Satanás a su
mano derecha acusándolo ante el
ángel de Jehová. La batalla de Josué
no era, pues, física ni terrenal,
sino espiritual, y él mismo no había
comprendido lo que le estaba
sucediendo. En medio de la
bendición más sublime que estribaba
en la presencia del ángel de Jehová
a su lado, también se encontraba el
diablo avergonzándolo, y acusándolo
de que él no servía porque era un
hombre pecador y falto de fe como
los demás.
Sin embargo, en ese momento preciso
de la visión, el ángel de Jehová
miró a Satanás y lo reprendió
duramente, y mandó que se le
pusieran vestiduras limpias a Josué:
“Jehová te reprenda, oh Satanás;
Jehová que ha escogido a Jerusalén
te reprenda. ¿No es éste un
tizón arrebatado del incendio?
[...] Quitadle esas
vestiduras viles. Y a él [Josué] le
dijo: Mira que he quitado de ti tu
pecado, y te he hecho vestir de ropa
de gala. Después dijo: Pongan mitra
limpia sobre su cabeza”
(Zacarías 3:2-5). Josué no
permaneció más en ese estado de
postración e inercia, por cuanto el
diablo había sido descubierto y
vencido.
Asimismo, la iglesia debe reconocer
que el enemigo trabaja en las áreas
como la indiferencia y la apatía por
buscar a Dios. Cuántas veces
pasamos al altar, y le prometemos a
Dios que tendremos una conducta
diferente; pero no hacemos nada más
que llegar a nuestro hogar, y el
diablo empieza a decirnos que no
hemos cambiado, que se trataba de un
momento de emoción y que recaeremos
en el mismo ciclo de nuevo. Más en
esta situación, es menester alzar
bandera, y declararle al maligno que
lo reprendemos en el nombre de
Jesús.
Puede ser, amado lector, que se
encuentre en una prueba, en una
lucha, y que el diablo haya tornado
todos sus cañones contra usted. En
este trance, quizá usted no entiende
por qué se encuentra en esta
situación; mas recuerde el ejemplo
de Job, quien, sin haber pecado,
sufrió los ataques violentos del
enemigo contra su hogar, sus bienes
y su salud. Este hombre de Dios se
había convertido él mismo en un
campo de batalla, y el diablo
luchaba de forma directa contra él.
Sin embargo, aunque no entendía el
por qué de aquellos atropellos, Job
se dirigió a Dios, la fuente de su
poder. Cada arremetida del diablo,
en vez de alejarlo de Dios, lo
acercaba a El; y frente al
precipicio de la muerte, Job se
hallaba más cerca del Señor que
nunca antes. Por eso mismo, pudo
exclamar: “Yo sé que mi Redentor
vive, y al fin se levantará sobre el
polvo; y después de deshecha esta mi
piel, en mi carne he de ver
a Dios; y mis ojos lo verán, y no
otro, aunque mi corazón desfallece
dentro de mí” (Job
19:25-27).
Tal vez el diablo quiere hacerle
creer que Dios no oye sus
oraciones y ruegos, mas esto
es completamente falso. Cuando
Daniel estaba rogándole a Dios que
interviniera, se le apareció el
arcángel Gabriel portador de un
mensaje: “Al principio de tus
ruegos fue dada la orden”
(Daniel 9:23). No importa lo que nos
susurre el maligno, ni los
obstáculos que él ponga, ni tampoco
cuánto tiempo llevamos orando para
que Dios obre en algún aspecto...
Desde el principio El nos ha oído, y
ya ha dado la orden.
En el camino del Señor se camina por
fe y no por vista, porque todo lo
que concierne a Dios trasciende lo
que sentimos u oímos. Por ende, si
Dios pone la disposición en nuestros
corazones de orar por algo, no
permitamos que el enemigo interrumpa
el ruego poniendo en nosotros dudas,
preocupaciones o desesperación.
Daniel descubrió que había una lucha
en el ámbito del espíritu, y venció
porque no dejó de orar.
Dios nos ha dado el poder de
identificar el origen de nuestros
conflictos para que venzamos al
enemigo de nuestras almas. Existe un
conflicto espiritual que no se
reporta en ningún libro del Antiguo
Testamento, sino en la epístola de
Judas, en el Nuevo Testamento. Y
este estriba en que el diablo
intentó desenterrar el cuerpo de
Moisés con vistas a hacer de él una
reliquia, y para que el pueblo -cuya
debilidad era la idolatría- lo
adorara. Sin embargo, habiendo
descubierto sus nefastos designios,
Dios mandó al arcángel Miguel, el
general de los ejércitos
celestiales, a defender la tumba de
Moisés.
Ahora y siempre, tenemos a nuestro
alcance un arma poderosa: el
discernimiento de espíritus. Dios
nos lo ha dado para que
identifiquemos el origen de nuestros
conflictos, y que descubramos las
artimañas de Satanás. En la cruz del
calvario, Cristo exhibió al diablo
públicamente, lo descubrió y lo puso
bajo la planta de Sus pies. La
victoria del Cordero es la nuestra
también, y el diablo está bajo
nuestros pies. ¡Que el Señor lo
reprenda!. |