En la
actualidad, el inundo está inundado
con mensajes de pornografía, de
violencia, de crímenes, de
terrorismo, de división familiar, de
divorcio, de maldad, etc. Sin
embargo, a pesar de este
amedrentador mar de confusión y
negatividad, todavía el pueblo de
Dios tiene un mensaje positivo, de
esperanza, de vida, de gracia, de
perdón y de liberación que impartir
a sus contemporáneos, a saber, el
mensaje de Cristo. ¿Cómo, pues, nos
avergonzaremos del Evangelio,
cuando es poder de Dios para
salvación de todo aquel que cree?
(Romanos 1:16).
La gran
diferencia entre nuestro mensaje y
los mensajes de los famosos de este
inundo, estriba en que éstos últimos
sólo traen un regocijo o una
esperanza efímera, mueren y pasan
por cuanto no tienen vida. En
cambio, la Palabra de Dios es vida,
y vivifica a aquel que lo escucha
porque: “Toda carne es hierba, y
toda su gloria como flor del campo
[...] La hierba se seca, y la flor
se marchita; mas la palabra del Dios
nuestro permanece para siempre”
(Isaías 40:6.8).
2. VENIR
A JESUS
Aquella
mujer enferma puso su confianza en
los hombres y en el poder de la
ciencia, pero ambos la
decepcionaron. Sin embargo, aquel
día glorioso decidió venir a la
única persona que era indicada.
El Señor
Jesucristo estaba rodeado de todos
Sus discípulos, y también estaba
presente su madre María, pero
aquella mujer se acercó directamente
a Jesús (“vino [a Jesús] por detrás
de la multitud”. Marcos 5:27). La
religión tradicional nos ha enseñado
a creer en múltiples mediadores
entre Dios y los seres humanos, como
la Virgen y los santos, mas las
Sagradas Escrituras son contundentes
al respecto: “Porque hay un solo
Dios, y un solo mediador entre Dios
y los hombres, Jesucristo hombre, el
cual se dio a sí mismo en rescate
por todos, de lo cual se dio
testimonio en su debido tiempo” (1
Timoteo 2:5)
Cristo
es el único que todavía hoy
transforma las vidas, y quien cambia
al hombre pecador en una nueva
criatura. No necesitamos, por ende,
que ningún otro sirva de
intermediario entre el Padre y
nosotros, sino que Jesucristo es el
Sumo Sacerdote que nos abrió el
trono de la gracia por medio de Su
perfecto sacrificio en la cruz del
Calvario.
La
epístola a los Hebreos declara: “Por
tanto, teniendo un gran sumo
sacerdote que traspasó los cielos,
Jesús el Hijo de Dios [...]
Acerquémonos, pues, confiadamente
al trono de la gracia para alcanzar
misericordia y hallar gracia para
el oportuno socorro” (Hebreos 4: 14.
16).
En
conclusión, debemos acudir sola y
exclusivamente a Jesús, porque es
El quien tiene la solución para
cualquiera de los problemas que nos
sofocan. Nuestro amado Salvador
mismo nunca nos ha remitido a otra
persona, sino que en persona dijo:
“Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados, y yo os haré
descansar” (Mateo 11:28).
3. TENER
FE
La mujer
del flujo de sangre tenía fe, y ella
no pensó: “Veré si. por casualidad,
al tocar su manto seré sana”: ni
tampoco ‘‘si toco el manto, quizá me
sanaré’’. La afirmación que hizo en
lo más profundo de su corazón, no
admitía ningún fracaso en su
tentativa: “Si tocare solamente su
manto, seré salva” (Marcos 5:21).
Según
las Sagradas Escrituras, la fe
consiste en “la certeza de lo que
se espera, la convicción de lo que
no se ve” (Hebreos 11:1), y
ciertamente, aquella mujer valiente
iba convencida y segura a buscar su
bendición. En efecto, el hecho de
no pedirle a Dios con fe nos hace
asemejarnos “a la onda del mar, que
es arrastrada por el vientoy echada
de una parte y otra”, y “no piense,
pues, el que tal haga, que recibirá
cosa alguna del Señor” (Santiago
1:6-7).
Cuántas
veces pasamos al altar, y quizá el
predicador ministra por nosotros con
fuego, nos sacude y nos menea, pero
no recibimos lo que habíamos venido
a buscar. Eso es por falta de fe. y
esta carencia desagrada a Dios:
“Pero sin fe es imposible agradar a
Dios; porque es necesario que el
que se acerca a Dios crea que le
hay, y que es galardonador de los
que le buscan” (Hebreos 11:6).
Amados
lectores, Dios se place en realizar
portentos y maravillas, como sanar
de cáncer o de SIDA, pero también se
complace en llevar a cabo cosas
sencillas. A veces, como pastores,
oramos casi sin fe en que el Señor
va a obrar en alguna circunstancia;
mas Dios nunca pisoteará la fe de
Sus hijos. Quienes, creen que El
puede hacer un milagro y se acercan
al trono de la gracia confiadamente.
En
algunas ocasiones, nosotros -que
decimos ser cristianos-no recibimos
alguna sanidad que sí recibe un
inconverso. A veces, incluso,
pasamos al altar y nos declaramos
sanos “por fe”, pero si se vuelve a
hacer otro llamado para sanidad,
somos capaces de volver a pasar.
¿Por qué? Porque en lugar de creer
simplemente que Dios opera la
sanidad, tenemos tendencia a esperar
que se nos aparezca un ángel o un
arcángel en una visión, y verlo
ungirnos con un poco de aceite, para
poder creer que Dios ha hecho la
obra.
Jesucristo, el Verbo de Dios, nos ha
dejado varias promesas sencillas,
pero ¡oh cuán poderosas para aquel
que las atesora!... “Si puedes
creer, al que cree todo le es
posible” (Marcos 9:23); “Por tanto
os digo que todo lo que pidiereis
orando, creed que lo recibiréis, y
os vendrá” (Marcos 11:24); “Para los
hombres es imposible, mas para Dios,
no; porque todas las cosas son
posibles para Dios” Marcos 10:27);
“loque es imposible para los
hombres, es posible para Dios”
(Lucas 18:27).
En
respuesta a su acto de fe sencillo,
la mujer del flujo de sangre recibió
de forma inmediata la sanidad que
había venido a buscar: “Y en seguida
la fuente de su sangre se secó; y
sintió en el cuerpo que estaba sana
de aquel azote” (Marcos 5:29).
4.
DECIRLE AL SENOR TODA LA VERDAD
Cuando
Cristo preguntó quién había tocado
Sus vestidos, El no estaba
preguntado quién entre la multitud
lo había apretado o quién había
tocado su manto sin querer; sino
quién era la persona que lo había
hecho con fe. Por cuanto Jesucristo
conoció “en si mismo el poder que
había salido de él” (Marcos 5:30).
La mujer
que había sido sanada se acercó con
temor y temblor, “y le dijo toda la
verdad” (Marcos 5:33). ¡Qué frase
tan hermosa! Y es que también
nosotros necesitamos, por encima de
cualquier otra cosa, confesarle a
Dios toda la verdad en lo que nos
concierne.
Estimado
hermano y amigo, decirle al Señor
toda la verdad implica no esconderle
nada, aunque El ya conoce de
antemano todas las cosas que le
podamos contar. Cristo no nos está
esperando con una espada para
quitarnos la cabeza, sino que tiene
su mano extendida para ayudarnos y
socorrernos.
En
efecto, nuestro amado Salvador
Jesucristo está dispuesto a escuchar
cuáles son nuestros temores,
nuestras penas, nuestras faltas,
nuestros errores y nuestros pecados.
Y aun cuando nos encontrásemos al
borde de la muerte, nunca será
demasiado tarde para contarle toda
la verdad a Dios. El Señor nos ama
con amor eterno, y aunque ha
soportado muchos fallos y desprecios
de nuestra parte, todavía sigue
dispuesto a ayudar a todo aquel que
se acerca con fe. Dios no echa fuera
a nadie que venga a postrarse a sus
pies.
5.
CONCLUSION
En
resumidas cuentas, la historia de la
mujer del flujo de sangre nos enseña
cuatro grandes lecciones que todavía
son de actualidad. Primero, es
menester que escuchemos el mensaje
de Cristo: segundo, que nos
acerquemos sólo a Jesús; tercero,
que tengamos fe: y por último que
siempre le digamos a El toda la
verdad.