NUNCA ESTAMOS SOLOS
Rev. Enrique Centeno
En el libro de los Salmos, leemos la
siguiente promesa: “El ángel de
Jehová acampa alrededor de los que
le temen, y los defiende” (Salmo
34:7). Paradójicamente, el
Salmista David expresó estas
palabras en una etapa muy angustiosa
de su existencia, cuando, una vez
más, tuvo que huir del rey Saúl.
Esta vez, a la huida se le sumó la
más grande humillación, por cuanto
al llegar al territorio de Aquis rey
de Gat, David simuló que estaba loco
a fin de que no lo mataran.
Aquel hombre de guerra y de
victorias, que fue famoso en su
tiempo por haber derrotado al
gigante Goliat, se dedicaba, pues, a
escribir inepcias en las puertas, y
dejaba que su saliva corriese por su
barba (1 Samuel 21:10-15). Todo
esto, porque al oír a los siervos de
Gat preguntar si él era el paladín
de Israel, “David puso en su
corazón estas palabras, y tuvo gran
temor de Aquis rey de Gat” (l
Samuel 21:12).
David había experimentado, desde su
infancia, el poder de Dios para
guardar a los que le temen y, sin
temor alguno, perseguía con tan sólo
un palo a los leones y a los osos
que le habían robado alguna oveja.
No obstante, David siempre estuvo
consciente de que no era su cayado,
ni tampoco su propia fuerza, las que
le hacían vencer a los osos y los
leones, sino el poder de Dios que se
manifestaba a través de él. Por eso
mismo, le aseguró a Saúl, antes de
ir a pelear contra Goliat:
“Jehová, que me ha librado de las
garras del león y de las garras del
oso, él también me librará de la
mano de este filisteo” (1
Samuel
17:37).
Aunque Dios tiene todos los recursos
posibles a Su alcance, y bien podría
prescindir de nosotros para llevar a
cabo Sus propósitos, El se complace
en usar instrumentos humanos a fin
de cumplir Sus designios. No
obstante, reseñamos en las Sagradas
Escrituras, y esto desde el libro de
Génesis hasta el de Apocalipsis, que
existen también otros instrumentos
de Dios para cumplir una serie de
misiones especificas: el ángel de
Jehová y los ángeles.
Cuando Adán y Eva fueron expulsados
del huerto del Edén, Dios puso un
ángel que protegía la entrada y les
prohibía el paso (Génesis 3:24); dos
ángeles vinieron a Lot en Sodoma
(Génesis 19); miles de ángeles se le
aparecieron en sueño a Jacob cuando
huía de su casa (Génesis 28:12), y
le salieron al encuentro cuando
regresó a su tierra (Génesis 32:1).
Ahora bien, la Biblia nos habla
también de un personaje llamado el
ángel de Jehová, el cual entró en
acción desde el tiempo de los
patriarcas, y cuyas misiones fueron
de importancia crucial. Este se le
apareció a Agar en medio del
desierto (Génesis 16:7-13); impidió
que Abraham sacrificara a Isaac
(Génesis 22:11-17); acompañó a
Eliezer cuando fue a buscar esposa
para Isaac (Génesis 24: 7); siempre
estuvo al lado de Jacob para
guardarlo (Génesis 48:16).
A lo largo del Antiguo Testamento
también hallamos otras apariciones
del ángel de Jehová a las siguientes
personas: Moisés (Éxodo 3:2,
14:19,23:20); Balaam (Números
22:23); al pueblo de Israel en
Boquim (Jueces 2:1-5); Josué (Josué
5:13-15); Gedeón (Jueces
6:1-22); los padres de Sansón
(Jueces 13); David (2 Samuel 24:16);
los Asirios (Isaías 37:36), etc.
Los ángeles, que son ministros o
mensajeros de Dios, se niegan a
recibir la adoración de los hombres.
Por ejemplo en Apocalipsis 22: 8-9,
leemos: “Me postré para adorar a
los pies del ángel que me Postre
para adorar a los pies del ángel que
me mostraba estas cosas. Pero él me
dijo: Mira, no lo hagas; porque yo
soy consiervo tuyo, de tus hermanos
os profetas, y de los que guardan
las palabras de este libro. Adora a
Dios”. Sin embargo, el ángel de
Jehová permitió que los hombres le
adoraran, como en el caso de Gedeón,
quien le dijo: “Te ruego que no
te vayas de aquí hasta que vuelva a
ti, y saque mi ofrenda y la ponga
delante de ti. Y él respondió: Te
esperaré hasta que vuelvas […]
Y extendiendo el
ángel de Jehová el báculo que tenía
en la mano, tocó con la punta la
carne y los panes sin levadura; y
subió fuego de la peña, e1 cual
consumió la carne y los panes sin
levadura. Y el ángel de Jehová
desapareció de su vista” (Jueces
6:18, 21).
Más sorprendente aún es el gran
temor que experimentó Gedeón, cuando
realizó que había visto cara a cara
al ángel de Jehová: “Viendo
entonces Gedeón que era el
ángel de Jehová, dijo: Ah, Señor
Jehová, que he visto el ángel de
Jehová cara a cara. Pero Jehová le
dijo: Paz a ti; no tengas temor, no
morirás” (Jueces
6:22-23).
Todo lo que hemos venido diciendo
demuestra que las apariciones del
ángel e Jehová estribaban, nada más
ni nada menos, que en las primeras
teofanías, o sea, las
manifestaciones de nuestro Señor
Jesucristo a los hombres antes de Su
encarnación.
Sin lugar a dudas, la promesa del
almo 34:7 llena de gozo nuestras
almas, por cuanto significa que el
Hijo de Dios, Jesucristo, acampa
alrededor de los que le temen. Esto
significa que nunca estarnos solos,
porque el verbo acampar” significa:
“instalarse y plantar tienda”.
También, El es nuestro defensor en
cualquier situación de peligro que
podamos confrontar.
Querido lector, quizá usted, corno
aquellos grandes hombres de la
Biblia, se encuentra en medio de
grandes pruebas, luchas,
oposiciones, confusión, temor, y
tantas otras situaciones que pueden
llegar a la vida de un creyente. Y,
en esos trances difíciles uno suele
sentirse más solo que nunca. Sin
embargo, nunca olvide que el Dios
Trino en ningún momento lo ha
abandonado, y que el ángel de Jehová
está acampando alrededor suyo para
defenderlo.
Dondequiera que usted se encuentre
en estos momentos, Dios está usando
este medio para hacerle llegar una
palabra de fortaleza. Tómela de
parte del Señor, y confié en Su
Palabra y en Sus hermosas promesas.
Las promesas que Dios nos ha dejado
en las Sagradas Escrituras son
fieles, verdaderas y eternas, mas
muchas veces nos limitamos a leerlas
y repetirlas sin hacerlas nuestras.
Amado hermano y amigo, no se limite
a creer en Dios, sino que crea a
Dios y lo que El dice.
1.
NO ESTAMOS SOLOS EN LA
ADVERSIDA
Génesis 28 relata la huida de Jacob
lejos de su familia. El le había
robado con engaños a Esaú la
bendición patriarcal reservada al
hijo mayor, y éste último lo quería
matar (Génesis 27:41-48). Rebeca su
madre decidió entonces hacerlo
escapar a casa de su hermano Labán
en Harán.
Cansado y fatigado del camino, se
detuvo en un lugar para dormir. El,
que siempre había conocido las
comodidades del hogar, tuvo que
dormir en el suelo con una piedra
por almohada. En aquel momento tan
angustioso, Jacob se sentiría muy
solo y, seguramente, derramó
lágrimas. No obstante, vino a soñar
que: “He aquí una escalera que
estaba apoyada en la tierra, y su
extremo tocaba en el cielo; y he
aquí los ángeles de Dios que subían
y descendían por ella. Y he aquí que
Jehová estaba en lo alto de ella, el
cual dijo: Yo soy Jehová, el Dios de
Abraham tu padre, y el Dios de
Isaac; la tierra en que estás
acostado te la daré a ti y a tu
descendencia” (Génesis
28:12-13).
Podemos preguntarnos por qué Jacob
vio aquellos ángeles que subían y
bajaban por la escalera.
Simplemente, Dios le estaba
indicando que en ningún momento él
había estado solo, sino que legiones
de ángeles estaban a su lado día y
noche.
¿Cuántas veces hemos pensado, como
Jacob, que estamos solos? Existe un
bello poema llamado Las huellas,
que cuenta la historia de una
persona que paseaba por una playa en
compañía del Señor. Mientras ambos
caminaban por la arena, en el cielo
iban apareciendo, como en una
película, escenas de la vida de
aquella persona. En casi todas las
imágenes, el personaje podía ver dos
pares de huellas en la arena: las
suyas y las del Señor a su lado. Sin
embargo, notó también que, en
aquellos momentos más difíciles de
su existencia, sólo había un par de
huellas en el suelo. El personaje se
entristeció, y le dijo al Señor: “Tú
prometiste que estarías conmigo
todos los días de mi vida hasta el
fin del mundo, pero, cuando más te
necesité, Tú no estuviste a mi
lado.” Entonces, el Señor le
contestó: “Hijo mío, Yo nunca te
dejé, y siempre estuve contigo. En
esos trances en los que ves
solamente un par de huellas, es
porque son las mías: Yo te estuve
cargando en mis brazos”.
2.
NO ESTAMOS SOLOS ANTE LOS
RETOS
Josué fue siervo de Moisés hasta la
muerte de éste. El era un hombre
valiente, y peleó en varias
ocasiones a favor de Israel, mas
cuando Dios le delegó la función de
líder del pueblo, él se sintió
desamparado.
Su primera conquista fue la ciudad
de Jericó. Se cree que esta ciudad
estaba protegida por dos murallas,
lo bastante altas y anchas para no
ser derribadas con facilidad. El
reto era, sin duda, grandioso y
humanamente imposible de superar. La
cuestión era cómo lograr esta hazaña
sin recursos humanos y, quizá, Josué
se fue al monte a meditar sobre la
estrategia a seguir para la
conquista.
En ese momento, apareció en escena
un personaje con una espada
desenvainada en su mano. Dicen las
Escrituras: “Estando Josué cerca
de Jericó, alzó sus ojos y vio un
varón que estaba delante de él, el
cual tenía una espada desenvainada
en su mano. Y Josué, yendo hacia él,
le dijo: ¿Eres de los nuestros, o de
nuestros enemigos? El respondió: No;
más como Príncipe del ejército de
Jehová he venido ahora. Entonces
Josué, postrándose sobre su rostro
en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué
dice mi Señor a su siervo? Y el
Príncipe del ejército de Jehová
respondió a Josué: Quita el calzado
de tus pies, porque el lugar en
donde estás es santo. Y Josué así lo
hizo” (Josué 5:13-15).
El Príncipe del ejército de Jehová
no era, nada más ni nada menos, que
una de las primeras teofanías, o
manifestaciones de nuestro Señor
Jesucristo. En efecto, el Príncipe
de los ejércitos de Jehová permitió
que Josué lo adorara, lo cual ningún
ángel, como dijimos anteriormente,
permite nunca. Josué se quitó el
calzado de sus pies, lo que
significaba un gesto de rendición y
de sumisión total (sólo los esclavos
iban descalzos). En otras palabras,
con aquel gesto, Josué estaba
indicando que aceptaba que Dios
tomara las riendas de aquella
conquista. Y ahí fue cuando empezó
recibir instrucciones específicas
para alcanzar la gran victoria que
el Señor quería darle a Su pueblo.
Las estrategias del Señor siempre
parecen absurdas a los ojos de los
hombres. Seguramente, encaramados en
las murallas, los habitantes de
Jericó debían observar a los hijos
de Israel dando vueltas en tomo a su
ciudad. Quizá el primer día estaban
a la defensiva y preparados para un
ataque, más al séptimo día ya se
estarían burlando de ellos. No
obstante, el pueblo obedeció a
cabalidad las órdenes de Josué, y
guardaron silencio durante los siete
días; mas en el momento cuando
empezaron a gritar, esto significó
un acto de fe en que la alabanza a
Dios tumbaría las murallas que
enfrentaban. Las murallas de Jericó,
efectivamente, cayeron, porque
mientras los israelitas obedecían
las instrucciones divinas, los
ejércitos celestiales habían estado
socavando la tierra bajo las
murallas.
Amados lectores, Dios quiere que le
dejemos las riendas de nuestras
vidas, para que El cumpla los
propósitos que tiene con nosotros.
Si decidimos quedamos con nuestro
calzado puesto, le estamos diciendo
al Señor que preferimos realizar las
cosas a cabo a nuestra manera. De
esta forma, no debemos extrañarnos
si nuestras estrategias nos salen
mal. No importa lo que Dios nos pida
que hagamos, El está esperando
nuestra obediencia, porque ésta
consiste en un acto de fe y de
renuncia a nuestro propio poder.
3. NO ESTAMOS SOLOS ANTE
NUESTRO ENEMIGOS
Los asirios rodearon el monte
alrededor de la ciudad en la que
vivía Eliseo para arrestarlo, por
cuanto él revelaba al rey de Israel
en qué lugar estarían sus
emboscadas. Al amanecer, salió el
siervo del profeta y, al ver a los
ejércitos que sitiaban la ciudad, se
amedrentó en gran manera.
Sin embargo, cuando fue a decírselo
a Eliseo y a preguntarle qué iban a
hacer, dicen las Escrituras que:
“El le dijo: No tengas miedo,
porque más son los que están con
nosotros que los que están con
ellos. Y oró Eliseo, y dijo: Te
ruego, oh Jehová, que abras sus ojos
para que vea. Entonces Jehová abrió
los ojos del criado, y miró; y he
aquí que el monte estaba lleno de
gente de a caballo y de carros de
fuego alrededor de Eliseo” (2
Reyes 6:16-17).
Muchas veces, mantenemos la mirada
fijada en los problemas, mas no
vemos que Dios y Su ejército están
con nosotros para defendernos. La
protección de Dios ha de ser una
evidencia en nuestras vidas, y no
tenemos que temerle a nada ni a
nadie.
4.
NO ESTAMOS SOLOS EN EL HORNO
DE LA PRUEBA
Es algo común sentirse uno solo y
abandonado por Dios, cuando nos
hallamos en el horno de la prueba.
La incomprensión, la confusión, la
angustia y el desánimo son,
frecuentemente, unos estados de
ánimo que atravesamos en esta
situación.
En el caso de Sadrac, Mesac y
Abed-Nego, “pasar por el horno de
la prueba” no fue una expresión
usada en sentido figurado. En
efecto, estos tres jóvenes hebreos
se negaron a postrarse ante la
estatua que el rey Nabucodonosor
había erigido, aún ante la amenaza
de ser arrojados a un horno de fuego
y perecer quemados. Ellos eran unos
jóvenes consagrados a Dios, que se
habían negado a contaminarse cuando
llegaron a Babilonia, pero tuvieron
que pasar por el horno de la prueba.
Cuando el rey los convocó para
recriminarles sobre su negación de
postrarse ante la estatua que había
levantado, y les dijo que no habría
dios que los libraría del horno de
fuego. Aquéllos respondieron con
valentía: “No es necesario
que te respondamos sobre este
asunto. He aquí nuestro Dios a quien
servimos puede librarnos del horno
de fuego ardiendo; y de tu mano, oh
rey, nos librará. Y si no, sepas, oh
rey, que no serviremos a tus
dioses, ni tampoco adoraremos la
estatua que has levantado”
(Daniel 3: 16-18).
Sin embargo, en el momento cuando
Sadrac, Mesac y Abed-Nego fueron
arrojados al horno calentado siete
veces más de lo acostumbrado, el
ángel de Jehová, Jesucristo, se
metió en las llamas con ellos. El
rey Nabucodonosor tuvo que
reconocerlo: “He aquí yo veo
cuatro varones sueltos, que se
pasean en medio del fuego sin sufrir
ningún daño; y el cuarto es
semejante a hijo de los dioses”
(Daniel 3: 25).
Para Dios no hay limitaciones de
tiempo ni de espacio. El cruza el
tiempo y el espacio para meterse con
nosotros en el horno de la prueba.
La presencia de Dios está con
nosotros en medio del calor de la
prueba, y cuando nos encontremos en
ella, si mantenemos firme nuestra
fe, caerán nuestras ataduras y no
sufriremos daño alguno.
5.
CONCLUSION
Amados hermanos y amigos, ante la
adversidad, los retos, nuestros
enemigos, y aun en el horno de la
prueba más candente, nunca estamos
solos. La preocupación, el afán y la
ansiedad no resuelven nada, y esto
lo afirmó el mismo Señor Jesucristo:
“No os afanéis por vuestra
vida” (Mateo 6:25).
En efecto, todas las cosas que
nos suceden son con un propósito
divino y para redundar en bendición.
La soledad nos hace dudar de Dios.
Sin embargo, El nos cuida siempre y
está pendiente hasta el más mínimo
detalle. Cristo nos invitó a creer
en la provisión de Dios en medio de
nuestra soledad y aflicción:
“Mirad las aves del cielo, que no
siembran, ni siegan, ni recogen en
graneros; y vuestro Padre las
alimenta. ¿No valéis vosotros mucho
más que ellos?” (Mateo
6:26). Así pues, Si Dios cuida de
las aves, ¿cuánto más cuidado tendrá
de nosotros? También, cuando Pedro
salió milagrosamente de la cárcel en
compañía del ángel, éste le dijo que
se pusiera su manto, porque hacía
frío fuera y no quería que se
resfriara. El Señor está presente en
medio de cada una de nuestras
necesidades. Confié en El, y El
hará. Pero eso sí, reprenda al
enemigo cuando quiera hacerle creer
que usted está solo, no hay mentira
más grande que éste se haya podido
inventar. |