COBERTURA DE DIOS
Rev.
Álvaro Garavito
El
sentido común que le solemos dar a
la palabra “cobertura” es la de
“algo que cubre”. Sin embargo, las
Sagradas Escrituras le otorgan un
sentido más profundo y amplio, que
merece el respeto, la reverencia, la
credibilidad y la confianza que le
corresponden.
En el
libro de los Salmos, capítulo 91 y
versículo 1, leemos: “El que había
al abrigo del Altísimo morará bajo
la sombra del Omnipotente”. Esto
significa que dependemos del Señor
por completo, que Dios mismo es
nuestra cobertura, y no algún hombre
a quien le haya placido
autonombrarse como tal. En otras
palabras, nuestra cobertura no es
una misión, un concilio o una
iglesia. El Pueblo de Dios verdadero,
la iglesia (o sea, todos aquellos
que son lavados por la sangre de
Cristo y que han sido regenerados)
pertenecen a un remanente que está
diseminado por toda la tierra y
asentado en diversas organizaciones.
No obstante, todos tenemos una
particularidad común: tenemos la
misma cabeza, Cristo, que nos dirige,
y Dios es la sombra genuina que nos
protege. En este pensamiento nos
centraremos en tres beneficios de la
cobertura de Dios: la dirección, la
protección y la permanencia.
1.
Dirección
Salir
de la cubierta de Dios consiste en
un acto peligroso. En sus
exhortaciones a Timoteo el Apóstol
Pablo exhorta al primero, diciéndole:
“Ten cuidado de ti mismo y de la
doctrina; persiste en ello, pues
haciendo esto te salvarás a ti mismo
y a los que te oyeren” (1 Timoteo
4:16). A partir del momento cuando
se inician cambios en la doctrina
establecida, los cuales no han sido
promulgados por Dios y el Espíritu
Santo, sino que son ideas nacidas en
los cerebros de dos o tres carnales
faltos de oración y de consagración,
nos estamos alejando de la sombra,
de la cubierta de Dios.
La Iglesia
primitiva era una Iglesia que
dependía por completo de la guianza
del Espíritu Santo. Por eso sus
lideres, en el momento de comunicar
cualquier decisión a la congregación,
siempre lo hacían usando el orden
siguiente: “Porque le ha parecido
bien al Espíritu Santo, y a nosotros”
(Hechos 15:28). Así se han de hacer
las cosas en el Pueblo de Dios: que
sea El quien da las directrices, y
nosotros quienes acatamos Sus
órdenes divinas.
Cuando el hombre
se interpone a la dirección y a
las directrices que están
instauradas en la Palabra de Dios,
así mismo deberá de atenerse a las
consecuencias de sus decisiones
personalistas. Este fue el pecado
del rey David, en su intento de
trasladar el arca de Jehová a
Jerusalén. La intención era buena,
pero no la forma de llevar a cabo
las cosas. Dios había instituido que
los levitas trasportarían el arca
sobre sus hombros, pero David la
hizo llevar a la ciudad a su manera,
en un carro tirado por bueyes. Esto
repercutió en la muerte de Uza, por
cuanto éste se atrevió a tocar el
arca del pacto sagrada para que no
se cayera del carro.
Amados lectores,
nunca podemos prescindir de
consultar a Dios en cada uno de los
ámbitos de nuestra vida, ni siquiera
en los detalles más íntimos. El
hecho de consultar a Dios denota que
nos hallamos bajo Su cubierta, y
cuando cumplimos con nuestra parte,
el Omnipotente cumple con la suya y
nos concede la victoria por medio de
Sus estrategias divinas. Por lo
tanto nunca debemos ubicarnos bajo
la cubierta de ningún hombre, ya que
el hombre, a diferencia de Dios, es
infalible y se equivoca. Por eso
mismo, las Sagradas Escrituras
advierten que Dios maldice al hombre
que se confía en el hombre (Jeremías
17:5).
Nuestros ojos siempre han de estar
fijados en Cristo, que es el Autor y
el Consumador de nuestra fe. Cuando
alzamos la mirada hacia Jesús, la
luz del mundo que brilla en medio de
las tinieblas, El mismo se encarga
de disipar nuestras dudas y alumbra
el camino que tenemos que recorrer.
No obstante, cuando bajamos la
mirada hacia los hombres, sólo
encontraremos manipulaciones,
falsedad, hipocresía y engaños.
2. Protección
Además de la dirección divina, la
cubierta nos habla también de la
protección que pone a salvo nuestras
vidas de todo peligro. Una cubierta
consiste en un espacio de
aislamiento que protege del sol y de
sus rayos candentes, del calor, de
los vientos y de la lluvia. El
versículo 4 del Salmo 91 añade: “Con
sus plumas te cubrirá, y debajo de
sus alas estarás seguro”. Las alas
no hablan de cobertura, de abrigo,
de calor y de protección. ¿Habrá una
cubierta en la tierra mejor que las
alas del Señor? ¿Habrá otro lugar de
refugio más seguro en este mundo? ¿Habrá
otro abrigo donde nos sentiremos más
importantes? Esta imagen bíblica
resurge en el lamento sobre
Jerusalén de nuestro Señor
Jesucristo, que se entristeció al
ver que los habitantes de la ciudad
no se refugiaban bajo las alas de
Dios: “¡Cuántas veces quise juntar a
tus hijos, como la gallina junta sus
polluelos debajo de las alas, y no
quisiste!” (Mateo 23:37). La
protección divina está supeditada a
que la deseemos, y sobre todo, a que
permanezcamos debajo de ella.
Cuando algún animal quiere arrebatar
a los polluelos, primero tiene que
enfrentarse con la gallina que los
protege, y sólo sobre su cadáver
podrá tocarlos. Y asimismo, cuando
nos mantenemos bajo las alas del
Señor, el diablo tendrá que pasar
por encima de Dios para poder
alcanzarnos. ¿Dónde está, pues,
aquel que podrá pasar por encima del
Omnipotente? Ni en el cielo, ni en
los aires, ni en la tierra, ni en el
infierno hay alguien que sea capaz
de arrebatarnos de las manos de Dios.
En
efecto, por medio de Su sacrificio
redentor, Cristo venció para siempre
al enemigo de nuestras almas; y no
solamente nos concedió la vida
eterna, sino que nos dejó una serie
de promesas poderosas: “Mis ovejas
oyen mi voz, y yo las conozco, y me
siguen, y yo les doy vida eterna; y
no perecerán jamás, ni nadie los
arrebatará de mi mano. Mi padre que
me las dio, es mayor que todos, y
nadie las puede arrebatar de la mano
de mi Padre. Yo y el Padre uno somos”
(Juan 10:27-30).
Literalmente hablando, la mano de
Dios es irresistible. En una ocasión
Moisés, presionado por el pueblo,
intentó cuestionar la medida del
poder divino, y dudó que Dios podría
enviar carne para alimentar a todo
el campamento. Por su falta de fe,
Moisés experimentó una profunda
vergüenza, ya que Dios le dirigió
estas pablaras que lo sacudieron:
“¿Acaso se ha cortado la mano de
Jehová? Ahora verás si se cumple mi
palabra o no” (Números11:23).
Hermanos y amigos, algunas veces,
Dios tiene que llevarnos a un
desierto para que entendamos que Su
mano y Su protección no se han
cortado para con nosotros, y que nos
concienciemos acerca de lo
inconmensurable de Su poder. Cuando
Moisés vio la lluvia de codornices
sobre el campamento, tuvo que
reconocer la grandeza de Dios y de
Su provisión. Y así también, usted
tendrá que exclamar, como Moisés,
que Dios hacedor de maravillas.
Buscar la cobertura del Altísimo que
es la cobertura más grande que
podamos hallar en este mundo, no nos
salgamos, pues, de ella jamás.
3. Permanencia
En
nuestro caminar cristiano, no se
trata solamente de tener la cubierta
de Dios a nuestra disposición, sino
también de permanecer bajo la misma.
Dicen las Escrituras: “El que habita
al abrigo del Altísimo morará bajo
la sombra del Omnipotente” (Salmo
91:1). El verbo “morar” significa:
“permanecer en una estancia, una
residencia o en el sitio donde
habita alguien”. Por consiguiente,
este versículo nos exhorta a nunca
escoger otro sitio u otra morada que
la de Dios. Estamos viviendo en un
mundo peligroso, y tenemos que
meternos bajo la cobertura divina y
todopoderosa. La protección que
ofrece la mano del hombre es
limitada, vana, corruptible e
insegura. Más, ¿quién podrá luchar
contra la mano de Dios? Vivir en la
morada de Dios indica que nuestro
techo es la sombra del Todopoderoso
Dios.
Quizá
podemos estar viviendo en una choza
con un techo de zinc, mas nuestra
alma y nuestro espíritu se
benefician de un techo protector
indestructible. No existe ningún
sistema humano que no tenga sus
fallas y sus puntos flacos. Sólo
Dios es invulnerable, y por ende,
nos ofrece una protección sin
límites.
Cuando el arcángel Gabriel se le
apareció a María, y le anunció que
ella daría a luz a un hijo, la joven
objetó que no tenía relaciones con
ningún varón. Entonces, Gabriel le
contestó: “El Espíritu Santo vendrá
sobre ti, y el poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por lo cual
también el Santo Ser que nacerá,
será llamado hijo de Dios” (Lucas
1:35). Este versículo indica que no
todos están habilitados para morar
bajo la sobra de Dios. Gabriel había
sido enviado para anunciar el
mensaje de redención del hombre,
pero Dios había escogido un vaso
especial para llevar a cabo Sus
propósitos maravillosos.
María
no era la única virgen de Israel,
mas Dios la seleccionó a ella, para
que fuera el recipiente donde se
llevaría el milagro de la
encarnación. Gabriel le aclaró que
la sombra del poder del Espíritu
Santo la cubriría, y desde el punto
de vista que venimos estudiando,
existe una relación entre el primer
capítulo de Lucas y el Salmo 91.
Dios
está acostumbrado a cubrir a Su
pueblo bajo Su sombra. El es nuestra
cabeza, y nosotros Su cuerpo. El
Espíritu Santo nos dirige, y tenemos
que rechazar todo aquello que no se
halla en Su Palabra o que sea
contradictorio a ella. No importa
quién lo diga ni cómo lo diga. Nada
ni nadie nos pueden mover de bajo la
sombra de Dios y de Su presencia.
El
libro de Reyes nos habla de la
habitación que los hombres han de
tener bajo el amparo de Dios. Elías
le dijo al impío Acab: “Vive Jehová,
Dios de Israel, en cuya presencia
estoy […]” (1 Reyes 17:1). El
profeta Elías usa el verbo “estar”
en presente de indicativo; lo que
indica que él permanecía
constantemente bajo la sombra de
Dios. eso nos confiere esperanza y
valor ante cualquier circunstancia.
Elías era un hombre perseguido, cuya
cabeza había sido puesta a precio,
mas la confianza en Dios le hizo
mostrarse ante sus perseguidos sin
temor (1Reyes 18:15).
Amado
lector, Dios es el Dios Omnipotente.
El rompe las cadenas, liberta a los
cautivos, sana las enfermedades, nos
saca de las tinieblas y nos lleva a
Su luz admirable. Nadie podrá
detener sus propósitos con usted,
porque pasarán el cielo y la tierra,
pero Su Palabra no pasará. Clame al
El, y pídale que le cubra con Sus
alas. Y si usted se ha alejado de la
cubierta de Dios, regrese antes de
que el enemigo lo destruya. Que Dios
les bendiga |